Kinshasa la nuit

En una de las entradas anteriores hablaba de lo buena que me había parecido una especie de jam session a lo cubano, con músicos locales. Pues creo que desde aquella ocasión no he vuelto a sentir emociones demasiado especiales en la noche kinoise. Aunque también debo decir que no he explorado gran cosa, fuera de algunos restaurantes y terrazas al aire libre.

Pero ayer conocí una discoteca que debe ser de lo más cool del momento. Era la noche de salsa y hay que reconocer que la selección musical no estaba nada mal y que la calidad del sonido era muy buena, además de ser un local estéticamente agradable y con un nivel razonable de temperatura y volumen (cosas que en el Congo-RDC no hay que menospreciar: en general, la decoración, temperatura y nivel de sonido de los locales nocturnos rayan lo torturante en niveles de kitch, climatización siberiana y decibelios rompetímpanos, respectivamente).

Como decía, conocí esta discoteca cool. Y, a pesar de la buena compañía y de lo agradable del local y la música, no conseguí pasármelo demasiado bien. Al salir no sabía explicar muy bien lo que no me gustaba, pero una de mis acompañantes le puso nombre: artificial. Mucho más que el kitch de las boites típicas. El público era una mezcla local y extranjera, y el dueño parecía congoleño, pero ello no evitaba la sensación de estar de viaje en algún otro lugar sin haber salido de Kinshasa, para finalmente encontrarse a la salida con los mismos "papás" (denominación genérica del congoleño medio sin oficio ni beneficio definidos) guardando la puerta y los coches, a la espera de algunos céntimos de propina que los foráneos de buenas intenciones nunca acabamos de ponernos de acuerdo si son mejor-que-nada o peor-que-nada.

Y para aderezar el viaje, un surtido grupo masculino made in "Monuc" (sección de las NNUU para RDC) que fueron calentando motores hasta alcanzar su típico éxtasis etílico de bailes de cadera y achuchones a las chicas de alterne, que están allí precisamente a su espera. Un perfecto círculo vicioso, literal.

Brazzaville y la SAPE


Pasé el fin de semana del 3-4 abril en Brazzaville. "Sólo" cruzar el río... 7 kilómetros dicen que tiene a esta altura. (La foto ya está hecha desde el otro lado, lo que se ve al fondo es Kinshasa).

Fueron sólo dos días, pero me dio tiempo a respirar un poco ese otro ambiente tan distinto que tiene la capital del Congo a secas (a éste, el de la "República Democrática...", también se le llama con frecuencia "Congo" sin más, para abreviar, pero hay que tener cuidado con no liarse, como les pasó a los de Correos hace dos Navidades con el paquete de embutidos y turrones que me mandaban mis padres y que nunca llegó porque, según ellos, fue a parar al Congo que no era... a saber).

¿Que qué es tan distinto? Casi todo. Quizá se parezcan algo los baches de las calles sin asfaltar y las telas de los vestidos de las mujeres. Pero esa especie de tensión invisible de Kinshasa desaparece automáticamente al otro lado. Y eso ya me parece bastante para que cambie todo (o casi). Allí, las piernas vuelven a servir de medio de transporte sin necesidad de volverse todo ojos por los posibles abordajes callejeros. Los taxis sirven realmente de medio de tranporte sin miedo a ser secuestrado y -lo más desconcertante para el que viene de Kinshasa- sin tener que discutir el precio. No hay ni que preguntar: 700 francos CFA la carrera.

Pero quizá la diferencia que más me sorprendió y que por lo que he podido averiguar es exclusiva de Brazzaville, es el fenómeno de la SAPE: "Société des Ambienceurs et des Persones Élégantes". Lo descubrí en la tarde-noche del domingo, cuando salimos a tomar una cervecita tranquila a una terraza de la ciudad. No fue exactamente por azar, ya que quienes nos guiaban sabían lo que se hacían. La terraza aparentemente no tenía nada de particular: mesas y mesas repartidas en un área relativamente grande, con algún árbol particularmente bonito entre medias. Cuando llevábamos un rato sentados, empecé a reparar en unas figuras que se desmarcaban claramente del resto. Ir vestido de traje en un domingo no tiene en principio nada de particular, pero sí lo es ir vestido con esos trajes y llevarlos como los llevaban los personajes en cuestión. Estaban claramente exhibiéndose. Algunos llevaban pipas de fumar apagadas en los labios. Otros, bastones tipo "dandy". La mayoría, pañuelos lamativos en el bolsillo superior de la chaqueta, perfectamente conjuntados con la corbata o pajarita. Creo que se me quedó la boca abierta un buen rato, no había visto nada parecido antes. No era un desfile, no era una representación teatral, eran personas que querían explícitamente ser miradas y, sobre todo, admiradas.

Pero se me ocurre algo mejor que intentar seguir explicando lo que vi. Buscando en la Web he encontrado unos artículos del fotógrafo Héctor Mediavilla, los recomiendo no sólo por el aspecto curioso, estético o cultural, él va bastante más lejos. Copio un pequeño párrafo:
Respetados y admirados por su comunidad, los sapeurs de hoy se consideran artistas. Con sus refinados modales y su impecable estilo al vestir, aportan un toque de glamour en su humilde entorno. Cada uno ejecuta un repertorio propio de gestos que lo distingue de los demás. Ellos también persiguen su gran sueño: viajar a París y regresar a Bacongo como aristócratas de la elegancia.

Matar moscas a cañonazos














Esta semana pasada fuimos a visitar una zona rural donde se había ejecutado un proyecto de seguridad alimentaria que terminó hace ya un tiempo, con motivo de una evaluación encargada por la UE. La visita terminó siendo una fuente de aprendizaje mucho más importante de lo que había imaginado, al dar lugar a un análisis exhaustivo de todo el proceso de identificación, ejecución y seguimiento del proyecto, hasta su "cesión" total a manos locales y su evolución hasta la situación actual.

Lo que quiero comentar aquí no es el caso particular de este proyecto que fuimos a ver, sino lo que la visita me ha dado pie para pensar, que en realidad simplemente viene a sumarse a lo que vengo pensando hace un tiempo, pero esta vez con más evidencias que suposiciones.

Cada vez más, me parece que esto de la cooperación, ayuda al desarrollo, o como se le quiera llamar, está en un punto ahora mismo en el que, por decir lo más suave que se me ocurre, resulta escasamente rentable (sin entrar ahora en análisis de intereses económicos y políticos más o menos evidentes que estoy lejos de poder/querer abarcar en este momento). Es matar moscas a cañonazos financieros: millones de € o $ destinados a proyectos de gran carga administrativa, para obtener resultados medianos en el mejor de los casos, si no mínimos en la mayoría de ellos, y casi siempre efímeros. Quizá el mayor beneficio que yo veo, pero que también es pasajero, es el de la creación de puestos de trabajo en los países a los que van destinados los proyectos. Incluso, a veces, estos empleados temporales originados por la industria de la cooperación adquieren capacidades que les pueden servir en un futuro para su propia carrera profesional. He visto casos muy claros y honrosos en este sentido. Pero esto sería un efecto “colateral” que, aunque positivo, es distinto de los teóricamente buscados y no puede esgrimirse a favor de todo este dispendio. Otro efecto positivo de rebote sería el aprendizaje que supone para los que aquí venimos. En realidad no estaría mal que todo el mundillo implicado en la frenética actividad humanitaria o cooperante se diera por aquí una vuelta. Más bien una inmersión intensiva, pero no de casas o apartamentos cinco estrellas vallados con alambre espinoso y coches 4x4 comunicados por satélite o radio, sino real. (Tengo que decir que no todo el mundo vive así, pero sí bastantes).

¿Que qué hago yo aquí entonces? Pues, sin querer esquivar la parte de responsabilidad que me toque, intentar aprender y entender algo. Y tal vez poder llegar a opinar un día con verdadero conocimiento de causa. Y, de paso, intentar hacer bien mi trabajo y aportar ese mínimo que al final sí acaban dejando los proyectos (los bien planteados, se entiende), aunque sea a cañonazos financieros. Asumo mi contradicción y no la defiendo, simplemente estoy aquí, intentando ser todo lo yo misma que pueda, dentro de las limitaciones.

Bonobos



El domingo pasado hicimos una visita a la reserva de bonobos que hay a las afueras de Kinshasa. No me voy a detener en explicaciones zoológicas porque cualquier página mínimamente documentada dirá mucho más y mejor de lo que yo pueda contar aquí. Pero sí puedo confirmar que los bonobos son muy simpáticos. Aunque lo que no he comprobado es su famosa actividad sexual, que por lo visto tiene mucha más función social que reproductiva. Los bonobos de Kinshasa parece que ya se llevan suficientemente bien y no necesitan de tales efusiones, o se han vuelto pudorosos, quién sabe.

Esta reserva se mantiene gracias a distintos donantes, entre los cuales se encuentra Brigitte Bardot, al parecer con una participación importante.

La visita merece la pena aunque sólo sea por el paseo. De hecho, las partes más bonitas no son precisamente aquellas en las que se ve de cerca a los habitantes del lugar ya que, en los pocos sitios donde se dejan ver, hay que observarlos a través de telas metálicas electrificadas que quitan bastante encanto al asunto. (Claro, que si estuvieran libres del todo seguramente ya habrían caído en alguna cazuela, la eterna doble cara de las reservas).

Aquí pongo un vídeo muy cortito:


Los pequeños que han sido encontrados sin su familia (como consecuencia de la caza, se entiende) están en una zona aparte llamada "nurserie" (guardería), atendidos por unas cuidadoras a las que ellos se aferran como si fueran sus auténticas mamás.

Y aquí están todos, según el tablón que los presenta uno a uno con foto y nombre:

Trabajo nuevo, vida nueva... en Kinshasa

Retomo una vez más el blog, tras otro largo silencio de los míos.

Llegué a Kinshasa el martes 2 de marzo para empezar un nuevo trabajo. Pero de eso ya hablaré en su momento, por ahora sigo aterrizando.

De momento no tengo fotos. De hecho, me doy cuenta ahora de que aquí lo tendré difícil en este sentido porque, en teoría, en el Congo está prohibido fotografiar cualquier espacio público, al menos que yo sepa en las ciudades, y Kinshasa no es otra cosa que ciudad (a diferencia de Kisangani o Goma, vecinas de selva y lago respectivamente).

En fin, en cualquier caso me propongo empezar una nueva serie de comentarios sobre lo que vea por aquí, a ver si lo consigo. El de hoy puede ir sobre la "soirée kinoise" que tuve ayer (el gentilicio informal kinois imagino que viene de "Kin", abreviatura familiar de Kinshasa). En realidad salimos con la única intención de tomar una cervecita de fin de jornada y semana laboral (que es como suelen empezar las buenas juergas), pero lo uno llevó a lo otro y, después de tomar la segunda en la cité -parte popular de la ciudad de Kinshasa-, con cabri -carne de cabra troceada y asada a la brasa- y chikwanga -pan de mandioca, de aspecto similar a la patata cocida-, decidimos ir por la última a un bar de copas algo más sofisticado. Y allí encontré lo que no esperaba, siendo sólo el tercer día desde mi llegada y mi primera salida social. El lugar no era muy grande, pero el ambiente y la música sí lo eran. De los blancos no había mucho que decir porque eran tan anodinos como de costumbre, pero entre los locales había varias figuras que podían inspirar a cualquier escritor avispado. Las que atrapaban más la vista eran las chicas de alterne, impresionantes en belleza y estilo. Un fotógrafo se hubiera puesto las botas (artísticamente hablando) sin mucho esfuerzo. Y de la música, no sé si sabré abarcarlo todo. Una banda con instrumentos de cuerda, viento, congas y batería, animada por músicos que yo consideré dignos de los mejores escenarios. Tocaron un repertorio muy bien seleccionado de blues, soul, son cubano y algo de salsa. Cada tema me parecía mejor que el anterior. No tenía nada que ver con esas versiones de bandas de segunda que recuerdan mecánicamente al original; estos músicos rehacían las piezas y sonaban como si fueran suyas. Se tiraban con cada pieza un buen rato, haciendo variaciones con cada instrumento, solos de gran calidad. Y terminaron pasando de un tema de salsa, de forma casi imperceptible, a un ritmo congoleño que me pareció más rico que nunca. Al salir de allí me parecía venir de un gran banquete musical. Y por lo visto aquí no es raro. Si eso es verdad, esto promete.

Toleka


Toleka significa algo así como "que vamos", avisando al que va delante que más le vale apartarse. Una especie de grito de guerra de los ciclistas boyomeses (de Kisangani) y al mismo tiempo una seña de identidad. Ahora hay hasta una marca de bicicletas Toleka. Y un adjetivo afrancesado, "tolekiste", para designar a quienes ejercen el oficio de taxi-ciclistas en esta ciudad.

Una carrera media puede costar entre 100 y 300 francos congoleños (1$ está ahora por los 800FC). Y van bastante rápidos. Es la ventaja de Kisangani, tiene pocos desniveles y el terreno es perfecto para este vehículo. Incluso de noche son capaces de ir a considerable velocidad sin faros. Claro que los accidentes no faltan, pero en proporción a la cantidad de tolequistas yo diría que la cifra es insignificante, aunque a veces hay que lamentarlos seriamente.

Los ciclistas, para adaptar el transportín como asiento de pasajeros, tienen que fabricarse una nueva estructura soldada. Sobre ella colocan unos trozos de espuma y, encima, una pieza de ganchillo que a nuestras abuelas les hubiera encantado tejer, con unos colores capaces de deslumbrar al más pintado.

Para llamarlos, basta con decir escuetamente "toleka" al paso de uno de ellos, y se parará automáticamente. Se le indica el destino y... "¿cuánto?" Una vez acordado el precio, "tokende" (vamos). Más ecológico imposible, rápido y hasta la puerta. Eso sí, el conductor debe tener músculos de hierro, porque aunque ya hemos hablado de la bondad del terreno, tampoco es una llanura perfecta, sobre todo cuando hay que subir al "Plateau Boyoma". Por otra parte los pasajeros a menudo no son precísamente sílfides: una buena maman congoleña bien alimentada necesita unos cuantos metros de tela para vestirse. Además de las escenas familiares: una mamá con uno o dos niños más un bebé a la espalda viajando en Toleka no tiene nada de particular en el paisaje urbano de Kisangani. ¿Cómo se sientan? Ah, eso ya hay que verlo en directo.

GOMA















No quiero cambiar el título del blog ni empezar uno nuevo, pero en adelante ya no será desde Kisangani sino desde Goma, la capital de la provincia de Kivu-Norte en la RDC, fronteriza con Ruanda y foco de atención de gobiernos, militares, rebeldes, cascos azules, ONGs, negociantes, traficantes, viajeros y alguna fauna más que seguro me dejo.

A pesar del cambio de residencia, mi intención es volver sobre aspectos de Kisangani que quedaron en el tintero. Sin duda demasiados como para pretender compensar con retraso todo lo que fui acumulando -salta a la vista que no llevo un registro regular, mis disculpas si alguien ha querido seguir este blog- pero sí al menos algunos que sean de particular interés.

Goma está rodeada de colores: el azul brillante del lago Kivu, múltiples verdes salteados de mil flores y una buena variedad de pájaros también de lo más pinturero. Pero ella misma es monocroma: gris. Gris y fea, lo siento. El imponente volcán Nyiragongo se ha encargado de ello en diferentes ocasiones. La última, si no me equivoco, en enero de 2002. Esa neblina de la foto es polvo. O quizá debería decir ceniza, ceniza de magma. Que se mete por todos los resquicios de la casa y de la ropa.

Desde luego habrá mucho más que contar. A ver si lo consigo.

Maman Tantine

Tiene 36 años, cuatro hijos y... casi nada más.

Es la primera persona a quien saludo por la mañana y la jefa de la casa en mi ausencia.

Sus habilidades culinarias son las típicas de cualquier "maman" (apelativo generalizado para las mujeres) de aquí. Hasta hace poco, yo me tomaba con resignación el sota-caballo-rey de la comida congoleña habitual. Pero de un tiempo a esta parte me he decidido a introducir alguna variante para que el trío se convierta en quinteto o sexteto, con el consiguiente aumento de posibilidades combinatorias. Y esto ya es otra cosa. En sólo un par de intentos, Maman Tantine se ha hecho con la ensaladilla rusa (de patatas provenientes de Goma, que por aquí no se dan), con los espaguetis a la Tantine (con tomate y carne en tacos gordos) ¡¡y hasta con las croquetas!!

Yo la considero una rara avis por estos territorios. Es valiente, trabajadora, y no está dispuesta a asociarse a ningún marido que no tenga como prioridad cuidar de sus hijos (bastante escarmentada quedó ya con el suyo). Y eso aquí es muy raro: sacarse las castañas del fuego ella misma.

Aquí el tema del matrimonio tiene poco de romántico. Básicamente es un intercambio de intereses: la mujer busca el sustento económico y el marido, un ama de casa. Los dos: hijos. Nadie sabe vivir de otra forma, pero se diría que juegan en equipos distintos. Y yo hasta ahora sigo preguntándome quién empezó a defraudar antes al otro: los hombres querrían que las mujeres fueran menos materialistas y las mujeres desearían maridos más fieles.

Nuestras construcciones














Una escuela típica hecha totalmente por el sistema tradicional.

A continuación, una muestra rápida en imágenes del proceso de construcción que llevamos a cabo. Se les proporciona la estructura básica de chapa y madera, inasequible para estas escuelas, y ellos se comprometen a completarla mediante el sistema tradicional de troncos finos y barro.



























Las paredes construidas por el sistema tradicional no son muy duraderas, pero su mantenimiento es relativamente sencillo.

Un par de ejemplos del resultado final:



























El edificio de la izquierda es una construcción clásica en materiales durables. El edificio realizado por nosotros y la escuela es el del fondo.

Moise


Moise es el encargado de las construcciones.

Se trata de estructuras simples de madera y chapa (materiales inasequibles para estas escuelas) a las que luego la población local añade las paredes con la técnica tradicional de troncos finos y barro (en una próxima ocasión explicaré más detalladamente el proceso).

Aquí estábamos visitando la última que hemos hecho. Al fondo se puede ver el... ¿edificio? actual.

Anoche Moise tuvo un accidente de moto. Parece que va dando algunas muestras de reacción a estímulos, pero todavía su cabeza está intentando reponerse. Se implica en casi todo lo que se le pone por delante y se relaciona con casi todo el mundo, a veces es difícil hablar con él un rato seguido porque siempre hay alguien que lo busca. Con tanta actividad, la moto se le hace imprescindible, pero esta vez ni su habilidad le permitió esquivar el imprevisto.

Que vuelva pronto a mirarnos como en la foto.